viernes, septiembre 29, 2006

Tulz

La brecha que separa el sendero entre el infierno, y su posible salvación, cada vez se hace más raquítica. Las almas en pena, que van arrastrando cadenas [Je, Je], merodean la morada de tu indiscreto escondite; mantenerte en frenético vuelo no servirá de nada, eso no te salvará, caerás más duro, tampoco, evidentemente, será útil sumergirte a las aguas del salvaje mar, que proclama ansiosa, como puta enclaustrada, ahogar tu frágil cuerpo sin compasión.
Tendrás que enfrentar los demonios.
¡Saca el machete uei!, Se escucha un furioso ladrido, ¡a echarle chingazos, Prieto cabrón!, Continua el castrante sonido, ¡era esto lo que querías, ahora no te hagas pendejo, y rájale a matar hijo de la chingada! Taparse con fuerza los oídos no funciona, la emisión taladra directamente a lo más hondo de las vísceras. No ves a nadie, te sientes ciego, silencio ensordecedor, soledad absoluta. Miras tus pies, estás descalzo. Te das cuenta de que sólo estás tu, tus huevos y el machete ¿qué es lo que vas a hacer? . . .